Un programa de radio no es algo que se deje llevar por la costumbre, aunque su prolongación en el tiempo pueda parecer un medio favorable para la cotidianeidad, el automatismo o una trampa que nos empuje a la mecánica de lo rutinario. Por contra, y a causa de su propia naturaleza, un programa de radio es siempre una aventura y en último caso una oportunidad para sumergirnos en terrenos ignorados donde nos acecha la incertidumbre, lo repentino, y, en muchas ocasiones, no sólo el desconcierto sino el mazazo de una emoción aguda que nos deja sin palabras, algo que obviamente un comunicador en ningún caso debe ni puede permitirse.
Por ejemplo, Rafael Riqueni me llamó un día para solicitar su presencia en ‘Nuestro Flamenco’. Como es natural, no dudé en aceptar su propuesta y fijamos un día y una hora para mandarle el coche de producción. Ya en el estudio y delante del micrófono, de pronto, y sin que yo le preguntase nada al respecto, el extraordinario guitarrista y compositor sevillano, sirviéndose de una franqueza demoledora que no disimulaba su fragilidad de artista exquisito con un inmenso potencial creativo, hizo público -por eso me permito contarlo ahora- su terrible bajada a los infiernos, unas circunstancias dramáticas que estaban mermando, o más bien, impidiendo un fluido desarrollo de su obra. Las palabras, con la descarnada sinceridad del que se está desnudando ante el mundo y sin la menor ocultación de los detalles más sangrantes, iban surgiendo a borbotones, mientras se debilitaba mi capacidad de reacción, impidiendo la iniciativa para intervenir. La intensidad del momento, que no escondía la palidez cada vez mayor del técnico de sonido al otro lado del cristal, estuvo a punto de dar al traste con la grabación, pero recuperé el ánimo y fui tomando las riendas hasta conseguir la sonrisa -sombría, desde luego- de un músico grandioso, inmolado ante los golpes brutales de una vida que consideré injusta.
‘Nuestro Flamenco’, el programa que escribo, dirijo y presento para Radio Clásica, Radio Nacional de España, cumple 25 años. Como pueden ustedes imaginar, se trata de una experiencia única, inmensamente enriquecedora, con momentos que han quedado en mi memoria para siempre. Por los estudios de la tercera planta de la Casa de la Radio, en Prado del Rey, han ido pasando cantaoras y cantaores, guitarristas, bailaores y bailaoras, escritores, investigadores, programadores de grandes y pequeños ciclos, directores de festivales, todos ellos pertenecientes a distintas generaciones. Dan para mucho 25 años, y en esa travesía emocionada quiero mostrar mi gratitud más sincera a todos los que han intervenido, con su palabra o su música; a los medios y a los amigos que me apoyan en todo momento; a los oyentes de siempre y de ahora, a los que, gracias a los nuevos sistemas de comunicación, nos siguen desde cualquier lugar del mundo; a los técnicos y a los directores que han ido sucediéndose a lo largo de estas dos décadas y media y que han apostado por el flamenco en una emisora de tanto prestigio. En mi recuerdo los silencios interminables de Juan Varea ante una pregunta en apariencia anodina; la incontinencia verbal de Valderrama; el entusiasmo exultante de Fernando Quiñones, aliñando sus jugosas palabras con fragmentos de cante; la redondez magistral de Chaquetón; la imaginación y el empaque de Rafael Romero; la dignidad de Miguel Vargas; la gracia comedida de ese hombre menudito y de arte inmenso que fue el Chato de la Isla; la elegancia y caballerosidad de Manuel Soto Sordera; la pasión de Mario Maya y la rigurosidad expositiva de Antonio Gades; el hablar reflexivo, pausado y ligeramente melancólico de Luis Rosales; la generosidad de Fernando Montoro… Ellos y muchos más fueron los héroes de esta aventura, pero ya nos dejaron. Ahora ‘Nuestro Flamenco’ continua siendo testigo y difundiendo ese macrocosmos musical, fascinante y diverso, que se expresa en tan distintos órdenes. La puerta sigue abierta. Señoras y señores artistas, ustedes primero. Como siempre digo, alguien nos está escuchando al otro lado.
Por ejemplo, Rafael Riqueni me llamó un día para solicitar su presencia en ‘Nuestro Flamenco’. Como es natural, no dudé en aceptar su propuesta y fijamos un día y una hora para mandarle el coche de producción. Ya en el estudio y delante del micrófono, de pronto, y sin que yo le preguntase nada al respecto, el extraordinario guitarrista y compositor sevillano, sirviéndose de una franqueza demoledora que no disimulaba su fragilidad de artista exquisito con un inmenso potencial creativo, hizo público -por eso me permito contarlo ahora- su terrible bajada a los infiernos, unas circunstancias dramáticas que estaban mermando, o más bien, impidiendo un fluido desarrollo de su obra. Las palabras, con la descarnada sinceridad del que se está desnudando ante el mundo y sin la menor ocultación de los detalles más sangrantes, iban surgiendo a borbotones, mientras se debilitaba mi capacidad de reacción, impidiendo la iniciativa para intervenir. La intensidad del momento, que no escondía la palidez cada vez mayor del técnico de sonido al otro lado del cristal, estuvo a punto de dar al traste con la grabación, pero recuperé el ánimo y fui tomando las riendas hasta conseguir la sonrisa -sombría, desde luego- de un músico grandioso, inmolado ante los golpes brutales de una vida que consideré injusta.
‘Nuestro Flamenco’, el programa que escribo, dirijo y presento para Radio Clásica, Radio Nacional de España, cumple 25 años. Como pueden ustedes imaginar, se trata de una experiencia única, inmensamente enriquecedora, con momentos que han quedado en mi memoria para siempre. Por los estudios de la tercera planta de la Casa de la Radio, en Prado del Rey, han ido pasando cantaoras y cantaores, guitarristas, bailaores y bailaoras, escritores, investigadores, programadores de grandes y pequeños ciclos, directores de festivales, todos ellos pertenecientes a distintas generaciones. Dan para mucho 25 años, y en esa travesía emocionada quiero mostrar mi gratitud más sincera a todos los que han intervenido, con su palabra o su música; a los medios y a los amigos que me apoyan en todo momento; a los oyentes de siempre y de ahora, a los que, gracias a los nuevos sistemas de comunicación, nos siguen desde cualquier lugar del mundo; a los técnicos y a los directores que han ido sucediéndose a lo largo de estas dos décadas y media y que han apostado por el flamenco en una emisora de tanto prestigio. En mi recuerdo los silencios interminables de Juan Varea ante una pregunta en apariencia anodina; la incontinencia verbal de Valderrama; el entusiasmo exultante de Fernando Quiñones, aliñando sus jugosas palabras con fragmentos de cante; la redondez magistral de Chaquetón; la imaginación y el empaque de Rafael Romero; la dignidad de Miguel Vargas; la gracia comedida de ese hombre menudito y de arte inmenso que fue el Chato de la Isla; la elegancia y caballerosidad de Manuel Soto Sordera; la pasión de Mario Maya y la rigurosidad expositiva de Antonio Gades; el hablar reflexivo, pausado y ligeramente melancólico de Luis Rosales; la generosidad de Fernando Montoro… Ellos y muchos más fueron los héroes de esta aventura, pero ya nos dejaron. Ahora ‘Nuestro Flamenco’ continua siendo testigo y difundiendo ese macrocosmos musical, fascinante y diverso, que se expresa en tan distintos órdenes. La puerta sigue abierta. Señoras y señores artistas, ustedes primero. Como siempre digo, alguien nos está escuchando al otro lado.
Por José María Velazquez- Gaztelu. Director/Presentador.
Lunes y miércoles, de 00.00 a 01.00 horas.
Rne, Radio Clásica.
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